Tierra de campos, David Trueba

hay pasado por todas partes
 
Hay pasado por todas partes. El pasado está posado sobre nosotros como el polvo sobre los muebles. Hay pasado en el presente y hay pasado en el futuro. Impregnado, agarrado, diluido, difuminado, mezclado, empastado, desenfocado. Hay pasado en el recuerdo, en el gesto, en los rasgos, en las frases por decir, en las soluciones. Hay pasado en la imaginación, que a veces es un proyector de experiencias vividas. Hay pasado en los pasos por dar, en la carrera por delante, en la mirada, en el cuento, en el invento, en los sabores. Las canciones están hechas de pasado. No hay canciones futuristas, es un arte sin ciencia ficción. Hay pasado en las pasiones, en la desdicha, en los sueños. Hay pasado en el porvenir, en los planes de futuro y hasta en las hipotecas. Hay pasado en tus hijos, en tus nietos, en sus gestos, en sus nombres. Hay pasado en la calle de tu ciudad, en las afueras, hay pasado en cada persona, incluso en las que no han nacido aún.
Del pasado se huye, pero se regresa para buscar resguardo, en un movimiento contradictorio. El pasado es nuestro futuro. Los emigrantes, por más que se desplazan a kilómetros de distancia en busca de una vida mejor, añoran el pasado y temen perderlo. Lo vi en la gira con Serrat, cuando conocí a algunos. Las distintas generaciones tienen dificultades para convivir porque no comparten el mismo pasado, y unos piensan que los recién llegados pisotean su pasado, como esos jóvenes díscolos pisan el césped cuidado de los parques. En los Rastros de las ciudades quedan los restos melancólicos, sucios y gastados, la desvalorización de lo que fue importante. Alguien retoza sobre tu infancia, otros juegan al fútbol sobre tus padres, levantan gasolineras en el descampado donde diste el primer beso o una sucursal bancaria en la panadería que frecuentabas. Y la pelea es por dejar algo permanente, duradero, indeleble. Y la angustia es que no quede más que la estatua sumergida entre la arena de la playa, como en esa película de nuestra infancia que tanto nos gustaba. Igual que en nuestras grabadoras de pistas, una toma sumerge a la anterior. Como la llegada del cedé terminó con las cintas de casete y los vinilos pasaron a ser la presumida colección de los fetichistas. Y cuando las canciones dejaron de tener un soporte palpable y se almacenaron en soportes digitales, aún fabricamos un millar de vinilos para dejar algo físico y palpable detrás, como quien se empeña en imprimir en papel una fotografía, porque sospechamos que lo que no es sólido no sobrevive. Hacemos un ejercicio de regresión para reafirmarnos, volvemos al pasado porque tenemos miedo de no existir para el futuro, de ser una especie que se extingue sin dejar huella y por tanto no haber sido. 

 




Una entrevista interesante a David Trueba sobre el libro

http://rtve.es/v/4060480

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