Castilla, flagelada y muda. Ignacio Sanz
Flagelada y muda
Vamos a ver, Castilla, cómo empezamos,
cómo decimos la verdad, la mismísima verdad
sin que la crudeza del verbo
pueda machacar con su luz a los cegatos.
Qué metáforas, sutilezas, argucias empleamos.
A ver si nos atiende la memoria, Castilla,
e hilvanamos las palabras certeras para atraer
una benevolente sonrisa, un gesto aclaratorio,
una mirada siquiera, Castilla... una mirada.
Vamos a ver si
de repente
nos metemos la vida en el bolsillo y caminamos
dejando la muleta en el rincón,
con las manos abiertas, con los dedos
abiertos, con las flores crecidas en la punta de los dedos
abiertos. Y corremos, sin trampas, el maratón de la esperanza.
Vamos a ver, Castilla, como empezamos
los días inocentes de una historia
sin trabas ni estridencias.
Cómo bajamos a ese tundido viego
de la burra y la miseria y lo ponemos
en la plaza del pueblo a pasear sin corbatas ni apreturas.
Mira, Castilla, cómo se acerca la lluvia
a refrescar este valle para que crezca
una alameda. Atiende la voz de esta mano
que se enreda amorosa a tu cintura.
Vamos a ver, Castilla, cómo empezamos,
cómo decimos la verdad, la mismísima verdad
sin que la crudeza del verbo
pueda machacar con su luz a los cegatos.
Qué metáforas, sutilezas, argucias empleamos.
A ver si nos atiende la memoria, Castilla,
e hilvanamos las palabras certeras para atraer
una benevolente sonrisa, un gesto aclaratorio,
una mirada siquiera, Castilla... una mirada.
Vamos a ver si
de repente
nos metemos la vida en el bolsillo y caminamos
dejando la muleta en el rincón,
con las manos abiertas, con los dedos
abiertos, con las flores crecidas en la punta de los dedos
abiertos. Y corremos, sin trampas, el maratón de la esperanza.
Vamos a ver, Castilla, como empezamos
los días inocentes de una historia
sin trabas ni estridencias.
Cómo bajamos a ese tundido viego
de la burra y la miseria y lo ponemos
en la plaza del pueblo a pasear sin corbatas ni apreturas.
Mira, Castilla, cómo se acerca la lluvia
a refrescar este valle para que crezca
una alameda. Atiende la voz de esta mano
que se enreda amorosa a tu cintura.
II
No pienso, Castilla, en tus castillos,
pienso en tí, flagelada y muda,
tierra, madre, irremediable destierro
de un hijo cualquiera.
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