Los jefes y los empleados, Hernán Casciari

«¿Vos sos el jefe de Chiri?», me preguntó Nina. «No», respondí. «Entonces Chiri es tu jefe». «Tampoco, pensamos la revista entre los dos». Nina se quedó pensativa; después dijo: «Pero si un día se equivocan, ¿a quién hacen enojar?».
Esa noche soñé, nítidamente, un recuerdo de mayo de 1982. En el sueño tengo 11 años y estoy en mi habitación haciendo una revista con Chiri. Es una revista que vendemos en la escuela. Entonces suena el timbre y baja a atender Chiri. Cuando sube me dice que hay dos tipos que quieren hablar con nosotros. Lo vuelvo a mirar: está pálido, como si le hubiera pasado algo malo.
-¿Y qué quieren?
-Dicen que son empleados nuestros, que tienen que consultarnos algo.
-Será gente que pide -le digo.
-No, es muy raro: uno se parece bastante a mi tío Luis con anteojos; el otro es idéntico a tu abuelo Marcos más joven.
Bajamos la escalera de caracol con alarma. A Chiri le temblaba la mano. Entonces vi, por fin, a los dos hombres que nos estaban buscando; los vi en la vereda hablando entre ellos con tranquilidad.
Supe enseguida lo que Chiri no se animaba a decirme. Me quedé paralizado, mirándolos a través de la cortina. Miré a Chiri:
-Somos nosotros -le dije.
Él hizo que sí con la cabeza, sin mirarme:
-Somos nosotros, pero viejos.
Hicimos silencio. De repente Chiri dejó de estar asustado y eso me tranquilizó también a mí. Creo que tenía miedo de estar loco él solo. Le pregunté:
-¿Cuándo te diste cuenta de que éramos nosotros?
-Ni bien me hablaron -me dijo en voz baja.
-Vos tenés canas, boludo, y anteojos de puto.
-Vos sos gordísimo. Y usás cartera.
-No es una cartera, es un morral de hippie.
-No existen los hippies gordos.
Habíamos levantado la voz y nos oyeron. Los dos hombres miraron a la vez la puerta. El más gordo saludó con la mano. El canoso nos hizo señas para que saliéramos de una vez.
Abrimos la puerta despacio, caminamos hasta la vereda y nos quedamos, los cuatro, mirándonos. El canoso me señaló al verme y le dijo al gordo:
-Ya tenías tetas de chiquito.
Los dos se rieron. Yo me puse colorado y encorvé los hombros. Me dio muchísima bronca ver que Chiri también se reía y se ponía del lado de los mayores. El canoso miró la hora en un rectángulo negro, muy raro, que sacó del bolsillo.
-Boludo, vamos apurando -dijo.
El más gordo se acercó y propuso:
-Vamos a la cocina, tenemos que solucionar un asunto.
Estuvieron en casa media hora. En ningún momento se presentaron, ni nosotros les preguntamos los nombres. Había algo, más fuerte que las palabras, que nos unía y nos hacía entender quiénes eran. Mejor dicho: quiénes éramos los cuatro.
Ellos caminaban por mi casa sin confundir los pasillos ni las habitaciones. En la cocina, el canoso abrió la heladera sin permiso y sacó una botella de leche. El gordo puso cuatro vasos grandes en la mesa y echó dos cucharadas soperas de Nesquik a cada uno, menos al suyo. A su vaso le puso seis. Chiri y yo mirabámos sin decir nada.
El canoso bebió un trago y suspiró con alegría:
-¡Ah, la chocolatada de esta época es mil veces mejor! -dijo.
El gordo se llevó el vaso a la boca pero no se detuvo. Bebió y bebió, sin respirar, hasta la última gota. Después se limpió la boca con el mantel.
Ya no me quedaban dudas: ese gordo era yo. Y lo peor es que yo era ese gordo porque nunca había dejado de tomar la chocolatada de esa manera. Ni siquiera de viejo.
-El asunto es así -dijo el canoso, de repente serio-. Nosotros hacemos una revista que se llama Orsai, y hasta hoy nunca habíamos tenido un desacuerdo entre los dos.
-¿Una revista de qué? -pregunté, tratando de que no se me notara la cara de felicidad.
-De cuentos, de crónicas -dijo el gordo.
-De historietas -agregó el canoso.
Chiri y yo nos miramos y sonreímos. Una semana atrás habíamos tenido una conversación muy seria sobre nuestro futuro y habíamos decidido que nos íbamos a dedicar a hacer revistas. A escribirlas y dibujarlas.
-¿En serio trabajan en una revista? -preguntó Chiri- ¿Escriben o dibujan?
-La dirigimos -dijo el gordo-. Yo soy el editor responsable y él es el jefe de redacción.
-¿Ninguno de los dos dibuja? -pregunté yo.
-No -respondieron a la vez.
Chiri y yo nos miramos serios. Decepcionados.
-¡Pero dirigimos! -dijo el gordo grandote- Buscamos a los que escriben, a los que investigan, a los que dibujan. Pensamos los temas... Deberían estar contentos.
-¿Y ustedes, están contentos? -pregunté.
El gordo y el canoso nos miraron.
-Claro que estamos contentos, gordito infeliz -dijo el canoso, pero no me sonó como insulto-. Estamos haciendo lo mismo que hacíamos a los 12 años. ¿No se dan cuenta? Miren esta hoja. Y ésta otra. No podemos decidir cuál va a ser la tapa de próximo número.
-¿Cuándo sale el próximo número? -preguntó Chiri.
-En junio de 2017 -respondió el canoso.
Chiri y yo nos miramos. No podíamos pensar en un futuro tan lejano.
El gordo levantó las cejas y señaló las dos tapas:
-Éste es un dibujo de Altuna. Yo quiero que sea la tapa. Y ésta es una foto de Marcos López.
-Esta foto debería ser la tapa -dijo el canoso-, no el dibujo. Ya hicimos muchos números con dibujos en tapa.
-Me parece una reverenda pelotudez empezar a experimentar ahora -dijo el gordo.
Se notaba que la discusión venía de lejos. Se quedaron los dos en silencio, mirándonos. Esperaban una solución por parte nuestra.
-¿Y por qué tenemos que decidir nosotros? -dijo Chiri.
Yo iba a hacer la misma pregunta, pero Chiri se me adelantó. El gordo grande respondió:
-Porque ustedes son los jefes y nosotros somos los empleados.
Nos quedamos en silencio.
-A ver si entienden -siguió-; nosotros empezamos a hacer esta revista para cumplir un compromiso con ustedes. No estamos acá por casualidad. ¿Ustedes no tuvieron una conversación hace poco?
-En el patio -dijo el canoso-, en el segundo recreo. ¿Se acuerdan?
Dijimos que sí con la cabeza, pálidos. No lo podíamos creer.
-Y se juraron algo en esa conversación...
-Sí.
-¿Juraron que iban a ser ricos?
-No.
-¿Que iban a ser famosos?
-No.
-Qué juraron.
Chiri tragó saliva:
-Que cuando fuéramos grandes íbamos a seguir siendo amigos.
-Y qué más -preguntó el gordo.
-Que íbamos a hacer una revista.
Nos quedamos los cuatro en silencio, unos segundos. Después seguimos tomando Nesquik y hablando de las tapas un rato más.
Cuando me desperté de ese sueño, estuve a punto de explicarle a Nina quiénes eran realmente nuestros jefes, los verdaderos. Pero ella todavía tiene 12 años. Creo que no me va a entender.
*Este relato fue publicado originalmente por la editorial Orsai.

Tomado de aquí


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