Las lecturas que se han quedado conmigo

  Viendo la imagen final de los libros que he seleccionado como mis mejoras lecturas, queda  bastante claro que me encanta leer vidas de otros.   Disfruté muchísimo con ese canto de amistad que es el libro de Cristina Peri Rossi a su gran amigo Cortázar. Descubrí a Alessandro D´Avenia con El arte de la fragilidad . Saberse frágiles y aceptarlo es una de las enseñanzas de la vida. Me gusta descubrir a testigos de la vida. Y un testigo ha sido Philippe Lançon con El colgajo . ¿Cómo se puede sentir gratitud después de haber sufrido un atentado? Pues se puede.  Igual de Delphine de Vigan siente un amor tan profundo hacia su madre, a pesar de la infancia que la hizo pasar. Sanmao también nos cuenta el pozo oscuro en el que cayó después de la muerte de su marido. No consiguió salir de él. Leer la vida de los demás te hace poner en perspectiva la tuya.  Leer a Ayestarán y su Jerusalén, santa y cautiva, te hace conocer una ciudad testigo de tanto sufrimiento.  Con Los silencios de la libertad

Carta de un soldado en las trincheras

En vísperas de Navidad os traigo una carta de Frederick W. Heath que narra la tregua que hubo durante Navidad en la Primera Guerra Mundial.

“La noche acaeció temprano – las sombras fantasmales que se aparecen en las trincheras vinieron a acompañarnos mientras nos poníamos en atención. Bajo una luna pálida, uno podía apenas ver la cuesta parecida a una tumba que marcaba las trincheras alemanas a doscientas yardas de distancia. El fuego en las líneas inglesas se había acallado, y sólo el chapoteo de las empapadas botas en el meloso barro, las órdenes susurradas de los oficiales y de los “NCO”s, y el gemido del viento rompía el silencio de la noche. La Nochebuena de los soldados había llegado por fin, y era apenas el momento o el lugar para sentirse uno agradecido por eso.
“Los recuerdos en su santuario nos mantenía en un trance de silencio entristecido. Allá en algún lugar en Inglaterra, los fuegos ardían en cuartos acogedores; en mi imaginación oí risas y las mil melodías de la reunión de Nochebuena. Con el abrigo fornido de barro mojado, las manos agrietadas y dolidas por la escarcha, me apoyé contra el lado de la trinchera, y, mirando por mi presilla, fijé ojos cansados en las trincheras alemanas. Los pensamientos surgían como locos por mi mente; pero no tenían secuencia, ni cohesión. Por la mayor parte eran del hogar como lo había conocido a lo largo de los años que me habían traído a esto. Me pregunté por qué estaba en las trincheras en miseria después de todo, cuando podría haber estado en Inglaterra caliente y próspero. Esa pregunta involuntaria fue respondida enseguida. Porque ¿no hay en Inglaterra una multitud de casas y no tiene alguien que mantenerlas intacto? Pensé en una casita de campo destrozada en –, y me alegré de estar en las trincheras. Esa casita fue una vez la casa de alguien.
“Todavía mirando y soñando, mis ojos pillaron una bengala en la oscuridad. Una luz en las trincheras enemigas era tan raro a esa hora que pasé el mensaje por la frente. Apenas había hablado cuando luz tras luz se levantó por la frente alemana. Entonces, bastante cerca de nuestros refugios, tan cerca como para hacerme saltar y agarrar mi rifle, oí una voz. No se podía confundir esa voz con su timbre gutural. Con el oído aguzado, escuché, y entonces, por toda nuestra frente de trincheras, vino a nuestros oídos un saludo único en la guerra: “¡Soldado inglés, soldado inglés, feliz Navidad, feliz Navidad!
“Después de ese saludo estalló la invitación de esas voces discordantes: “Sal, soldado inglés, ver aquí a nosotros.” Por algún período corto de tiempo fuimos cautelosos, y ni siquiera respondíamos. Los oficiales, temiendo una emboscada, mandaron a los hombres que guardaran silencio. Pero de un lado a otro de nuestra frente uno oía a hombres respondiendo ese saludo de Navidad del enemigo. ¿Cómo podíamos resistir desearnos los unos a los otros una feliz Navidad, aunque podríamos estar como perro y gato inmediatamente después? O sea que mantuvimos una conversación con los alemanes, todo el tiempo con nuestras manos prestas sobre nuestros rifles. Sangre y paz, enemistad y fraternidad – la paradoja más asombrosa de la guerra. La noche se gastó hasta el amanecer – una noche hecha más llevadera por canciones de las trincheras alemanas, por los caramillos de flautines y de nuestra amplia frente risas y villancicos. No hubo ningún disparo, excepto más abajo a nuestra derecha, donde la artillería francesa estaba trabajando.
Vino el amanecer, delineando el cielo de gris y de rosa. Bajo la temprana luz vimos a nuestros enemigos moviéndose imprudentemente sobre sus trincheras. Aquí, desde luego, estaba la valentía; no buscando la seguridad del refugio pero una invitación descarada a que les disparemos y matemos con seguridad mortal. ¿Pero disparamos? ¡Desde luego que no! Nos levantamos nosotros y gritamos bendiciones a los alemanes. Entonces vino la invitación de salir de las trincheras y de encontrarnos a mitad de camino.
Aún cautelosos, nos quedamos atrás. No los demás. Corrieron hacia delante en pequeños grupos, con las manos alzadas sobres sus cabezas, pidiéndonos que hiciéramos lo mismo. No por mucho tiempo se podía resistir tal ruego – además, ¿no estaba la valentía hasta ahora toda en un solo campo? Saltando al parapeto, unos pocos de los nuestros avanzaron para encontrarse con los alemanes que avanzaban. Salieron las manos y se estrecharon en el apretón de la amistad. La Navidad había hecho amigos de los más empedernidos enemigos.
Aquí no había deseo de matar, pero sólo el deseo de unos pocos soldados simples (y nadie es tan simple como un soldado) que el Día de la Navidad, por lo menos, la fuerza del fuego cesara. Nos dimos cigarrillos e intercambiamos toda clase de cosas. Escribimos nuestros nombres y nuestras direcciones en tarjetas del servicio militar, y las cambiamos por tarjetas alemanas. Cortamos los botones de nuestros abrigos y recibimos a cambio las Armas Imperiales de Alemania. Pero el regalo entre los regalos era el bizcocho de Navidad. La vista de él hacía que los ojos de los alemanes se agrandaran de hambriento asombro, y al primer mordisco eran nuestros amigos para siempre. Dada una suficiente cantidad de bizcocho de Naviad, todos los alemanes en las trincheras ante las nuestras se hubieran rendido.
Y así permanecimos juntos un rato y hablamos, aunque todo el tiempo hubo una sensación tensa de sospecha que arruinó algo este armisticio de Navidad. No podíamos evitar recordar que éramos enemigos, aunque nos hubiéramos dado las manos. No nos atrevíamos a avanzar demasiado cerca de sus trincheras para no ver demasiado, ni podían los alemanes venir más allá del alambre de púas que había delante de las nuestras. Después de que charlamos, volvimos a nuestras respectivas trincheras para el desayuno.
A lo largo del día no hubo ningún disparo, y lo único que hicimos fue hablarnos y confesar cosas que, quizás, eran más verdaderas en ese curioso momento que en tiempos normales de guerra. Cuán lejos se extendía por la frente esta tregua no oficial no lo sé, pero sí se que lo que he escrito aquí se aplica también a – de nuestro lado y a la Brigada Alemana 158, compuesta de personas de Westphalia.
Mientras termino esta descripción corta y superficial de un evento extrañamente humano, estamos disparando rápidamente a las trincheras alemanas y ellos están devolviendo el cumplido con la misma ferocidad. Chillando por el aire sobre nosotros están despedazándose los proyectiles de baterías rivales de artillería. O sea que hemos vuelto de nuevo a la terrible experiencia del fuego.

Comentarios

  1. Precioso Esther!!Hace mucho tiempo que lo lei,es un texto que habia perdido de vista y hoy me lo has vuelto a recordar.Los sentimientos de fraternidad son mas fuertes que el odio pero no mas fuertes que la estupidez humana.
    Besitos

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    1. Gracias Manuela por tus palabras. Un abrazo y que tengas una Feliz Navidad

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  2. Preciosa selección, Esther!
    Ten unas felices fiestas. Un fuerte abrazo,

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    1. Gracias por pasarte, Feliz Navidad para ti también, un abrazo

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  3. Más que oportuno este texto que nos regalas. Creo que, basado en él, Paul McCartney escribió -y realizó el consiguiente videoclip- 'Pipes of peace'. Una muy Feliz Navidad para ti y los tuyos, Esther. Un beso grande.

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    1. Gracias Marcelo por la información y por pasarte. Feliz Navidad, un abrazo

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