Las lecturas que se han quedado conmigo

  Viendo la imagen final de los libros que he seleccionado como mis mejoras lecturas, queda  bastante claro que me encanta leer vidas de otros.   Disfruté muchísimo con ese canto de amistad que es el libro de Cristina Peri Rossi a su gran amigo Cortázar. Descubrí a Alessandro D´Avenia con El arte de la fragilidad . Saberse frágiles y aceptarlo es una de las enseñanzas de la vida. Me gusta descubrir a testigos de la vida. Y un testigo ha sido Philippe Lançon con El colgajo . ¿Cómo se puede sentir gratitud después de haber sufrido un atentado? Pues se puede.  Igual de Delphine de Vigan siente un amor tan profundo hacia su madre, a pesar de la infancia que la hizo pasar. Sanmao también nos cuenta el pozo oscuro en el que cayó después de la muerte de su marido. No consiguió salir de él. Leer la vida de los demás te hace poner en perspectiva la tuya.  Leer a Ayestarán y su Jerusalén, santa y cautiva, te hace conocer una ciudad testigo de tanto sufrimiento.  Con Los silencios de la libertad

Una historia de la lectura, Alberto Manguel

En 1865, Saturnino Martínez, cigarrero y poeta, tuvo la idea de publicar un periódico para los trabajadores de la industria cigarrera, en el que había artículos políticos, de ciencia y literatura, poemas y relatos.  "Su propósito será ilustrar, de todas las maneras posibles, a la clase social a la que está destinado." "¿Saben ustedes (preguntaba a sus lectores el 27 de junio de 1866) que en las afueras de La Zanja, según cuenta la gente, el dueño de una fábrica pone grilletes a los niños que utiliza como aprendices?". Pero los trabajadores en su mayoría eran analfabetos, y se le ocurrió la idea de utilizar lectores. Entre los trabajadores se elegía a un lector, pagándole los demás de su propio bolsillo. El 7 de enero de 1866, La Aurora informaba de que "ha comenzado la lectura en los talleres, y la iniciativa se debe a los honrados trabajadores de El Fígaro. Ello supone un paso gigante en la marcha del progreso y la mejora de la situación de los trabajadores, puesto que de esa manera se familiarizarán gradualmente con los libros, fuente de eterna amistad y gran entretenimiento". Fue tal el éxito de aquellas lecturas públicas que al cabo de muy poco tiempo se las acusó de subversivas, y desaparecieron en Cuba en 1870, pero resucitaron en Estados Unidos de la mano de los propios trabajadores.  Los trabajadores que emigraron a Estados Unidos llevaron consigo, entre otras cosas, la institución del lector: una ilustración del American Practical Magazine de 1873 muestra a uno de esos lectores, con gafas y sombrero de ala ancha, sentado con las piernas cruzadas y un libro en las manos mientras una hilera de cigarreros (todos varones) en chaleco y mangas de camisa se dedican a enrollar puros, totalmente absortos, al parecer, en lo que están haciendo. (…) Tenían sus libros preferidos: El conde de Montecristo, por ejemplo, llegó a ser tan popular que un grupo de obreros escribió a Dumas, poco antes de su muerte en 1870, pidiéndole que les permitiera dar el nombre de su personaje a uno de los tipos de cigarro. El novelista francés accedió."



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