Las lecturas que se han quedado conmigo

  Viendo la imagen final de los libros que he seleccionado como mis mejoras lecturas, queda  bastante claro que me encanta leer vidas de otros.   Disfruté muchísimo con ese canto de amistad que es el libro de Cristina Peri Rossi a su gran amigo Cortázar. Descubrí a Alessandro D´Avenia con El arte de la fragilidad . Saberse frágiles y aceptarlo es una de las enseñanzas de la vida. Me gusta descubrir a testigos de la vida. Y un testigo ha sido Philippe Lançon con El colgajo . ¿Cómo se puede sentir gratitud después de haber sufrido un atentado? Pues se puede.  Igual de Delphine de Vigan siente un amor tan profundo hacia su madre, a pesar de la infancia que la hizo pasar. Sanmao también nos cuenta el pozo oscuro en el que cayó después de la muerte de su marido. No consiguió salir de él. Leer la vida de los demás te hace poner en perspectiva la tuya.  Leer a Ayestarán y su Jerusalén, santa y cautiva, te hace conocer una ciudad testigo de tanto sufrimiento.  Con Los silencios de la libertad

Albert Camus y el bombero de Bilbao, Manuel Rivas



 Me he encontrado a la personificación del hombre rebelde. “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento”. En El hombre rebelde, de Albert Camus, no hay un personaje principal, con nombre propio. La voz que narra es la conciencia. Pero ese arquetipo podría llamarse tranquilamente Ignacio Robles. Ina, en confianza. Ina, 41 años, casado y con dos criaturas (2 y 3 años), trabaja de bombero en Bilbao. Ha dicho “no” muchas veces, apostando la cabeza frente a la injusticia. Pero he aquí una prueba sencilla de que ese “no” dice “sí” desde su primer movimiento. El bombero de Bilbao, el hombre rebelde, ha construido con sus manos la propia casa. La ha levantado en dos años, en Getxo, su lugar natal. Y espera habitarla con la familia esta Navidad.

No todo va bien. Este año tuvo la sensación por vez primera de que iba a tumbarlo la injusticia. El 13 de marzo pasado lo enviaron a un servicio de prevención en el cargamento de un buque en el puerto de Bilbao. Era un barco de Arabia Saudí. Él vio una señal de explosivos en los contenedores. Preguntó de qué se trataba la carga. Alguien respondió lacónico: “¡Son bombas, proyectiles!”. Ignacio se quedó clavado bajo la lluvia. Pensó en Yemen, o Yemen pensó en él. Una catástrofe humanitaria. Desde 2015, miles de muertos y heridos civiles por bombardeos de la aviación saudí. El caso es que la conciencia le dijo que no. Él explicó que no iba a hacer aquel servicio: “No me deja la conciencia”. Lo relevaron, sin más. Creyó que todo quedaría ahí. Pero un mes después, por la prensa, se enteró de que le habían abierto un expediente por falta grave y que podía costarle hasta seis años sin empleo. “El suelo se movió bajo los pies”, dice. “Tenía una familia que cuidar. Era la primera vez que dudaba por haber dicho que no”.
"Este año tuvo la sensación por vez primera de que iba a tumbarlo la injusticia".

Ignacio había estudiado varios cursos de ingeniería industrial y trabajaba como conductor del camión de su padre, cuando decidió presentarse, con 25 años, a unas oposiciones de bombero. Era difícil. Muchos aspirantes. Pero tenía estudios, era buen deportista, y le ayudó el carnet de camionero. Como le sirvió para una de las acciones de impacto internacional en las que participó. El transporte de un camión cargado de maíz transgénico desde Provenza y que los de Greenpeace vaciaron en la puerta de la casa de Sarkozy en París. Ese mismo año, 2007, Ignacio fue uno de los escaladores que hizo posible en la basílica del Pilar de Zaragoza una emocionante performance, una imagen que recorrió el mundo: la colocación de una gran montaña de zapatos de niños para denunciar las mutilaciones causadas por las bombas de racimo. España era fabricante y exportadora de esos artefactos y aquel acto del Pilar fue decisivo para la prohibición. Cuando se colocaron grandes pancartas en lo alto de la Torre de Belém de Lisboa o de la Puerta de Alcalá de Madrid para alertar por el cambio climático, allí estaba Ina, el bombero de Bilbao. Como estaba en Jerusalén, en 2013, durante la visita de Obama. Él fue el encargado de llevar desde España una pancarta de 200 metros en la mochila. En el control le preguntaron qué era y respondió con seguridad: “¡La vela de un barco!”. De alguna forma, lo era. La del arca de Noé. Estuvieron 10 horas a la vista de los mandatarios del mundo clamando contra el calentamiento global. Los detuvieron. “Los policías hebreos compartieron con nosotros su comida”. Y era también Ignacio uno de los activistas que en 2014 escaló al tejado del Congreso español para protestar por la “especulativa” Ley de Costas.

El expediente disciplinario de Bilbao todavía no se ha resuelto, aunque la calificación ya no es de falta grave. El primer activismo de Ignacio es ser bombero. Ha estado en muchas situaciones comprometidas. Pero lo de las bombas es otra cosa. Le apena ver que los barcos sigan cargando toneladas y toneladas. Y no le parece precisamente un motivo de complacencia el que España sea la séptima potencia exportadora de armamento. “¿Puestos de trabajo? Orbea y BH fabricaban armas y ahora hacen bicicletas”. Sonríe: “¡Podríamos ser la primera potencia en bicicletas!”. Es domingo y el hombre rebelde se va a terminar su casa.
 

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